Mañanas, tardes y noches entre humo y café.
En la ventana, admirando la inmensidad, repleta de pensamientos que abruman mi ser. Preparo un café para ver la vida un poco más colorida, con soledad, que es mi mejor compañía. La ansiedad me consume lentamente, siento como poco a poco esos pensamientos se dispersan al igual que el humo de mi cigarrillo se hace uno con la brisa, se aleja, y luego vuelve. El café me recuerda las mañanas en mi cocina haciéndolo sin parar, cuándo éramos uno más y no existía comparación con cualquier otro. Esta ansiedad me consume, y mis vicios me liberan, me hacen ser más idealista. Conforme pasa el tiempo se van agotando, van entrando en mi cuerpo, en forma de humo, ambos. No deseo dejarlos, porque quiero que ellos me dejen a mí, ese incomparable placer que siento al tomar un sorbo de este suave néctar que pasa por mi boca y el inexplicable sentimiento al encender un cigarrillo, no se comparan con tu recuerdo, que me produce más ansiedad y la única forma de calmarlo y controlarlo es consumiéndolos silenciosamente...
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